Sunday, December 9, 2007
Y ahora, ¿qué?
Han pasado dos semanas desde que nos convertimos en Sr. y Sra. oficialmente; dos semanas en las que, salvo el irme acostumbrando a una nueva argolla en mi dedo anular izquierdo y mi estatus en el Facebook, nada ha cambiado. Aunque sí se ha acelerado el ritmo con el que resolvemos pendientes para la fiesta de marzo, ésa para la que ya sólo faltan dos meses efectivos (la época navideña borra del calendario lo que falta de diciembre) y por la que muchos me han preguntado. Y es que, después de habernos casado por el civil en días pasados, la incógnita es ‘¿qué habrá entonces en Tepoztlán?’. De momento les adelanto que, además de mucho alcohol (el festejo con mojitos nos ha hecho replantear la cantidad de botellas necesarias), buena música y una parrillada, protagonizaremos una ceremonia de unión a través de mandalas (http://es.wikipedia.org/wiki/Mándala), en vez de una religiosa. Y si, como en el festejo civil, reina la mejor actitud, les aseguro que tendremos una jornada memorable. M
Pd. En las próximas semanas les haremos llegar un mail con varias opciones de alojamiento.
Wednesday, December 5, 2007
Inodoro, incoloro e insaboro
Muchas veces he escuchado que alguna pareja de arrejuntados se separa después del matrimonio: “Llevaban años viviendo juntos, pero se pelearon cuando se casaron …”, “Ha de ser porque ya se sentían amarrados”. Después de seis años de vivir en amasiato con Moni, debo aceptar que esta situación sí pasó por mi subconsciente el día que firmé el acta; me preocupaba que nuestra relación fuera a cambiar. Al momento de la firma, ese pensamiento ya no ocupaba mi mente, pero justo después me empezaron a preguntar qué se sentía estar casado. La verdad, no se siente NADA. Casarte es como cumplir años: un día te levantas, haces una fiesta, te tomas unos alcoholes y listo; ya estás casado. Aunque sí ha habido algunos cambios, ¿para qué digo que no?, como el status en el Facebook, que ahora dice ‘married’, o que ya llevo anillo de mariado (cosa a la que no me he acostumbrado). Espero poder aprender a vivir con eso. A
Friday, November 23, 2007
Crónica de mi adiós a la soltería
12:00am Mi último día de soltera inició brindando por los 30 años de una amiga en la Covadonga. La noche se habría acabado pronto de no ser por una espontánea partida de dominó gracias a la cual me dieron las 4am, con ocho whiskys en la cuenta. Demasiado para un jueves en el que eso de ‘mi última salida como soltera’ no era el motivo central de ‘conbebencia’. Además, mi plan era llegar temprano a la oficina y cortar la jornada a medio día; sólo así nos daría tiempo de ir al juzgado a checar los datos del acta. Pero no sé en qué punto entre la Roma y mi casa decidí que simplemente no iba a levantarme. Así de fresca me puse.
10:00am Cuando abrí el ojo, no estaba cruda, tampoco peda, sino en un estado intermedio entre ambas. Un vaso con leche y un (gran) pedazo de pastel de cajeta me alegraron la mañana, en la que el tiempo se me esfumó de las manos. Cuando caí en cuenta, Arnulfo estaba a dos de pasar por mí y yo seguía chateando.
1:40pm En el registro civil, esperando a que corrigieran unos datos (a mi suegro lo habían hecho taxista en vez de taxidermista) estábamos chacoteando sobre todo menos el asunto de la boda, hasta que el ‘Lic.’ de los trámites se sentó frente a nosotros y nos dijo: ‘No, pues ustedes no se ven nerviosos ni nada ¿eh?, comparados con otras parejas’. ‘Es que ya llevamos cinco años viviendo juntos’, le contesté. Y eso le bastó para arrancarse con un superchoro sobre lo difícil del primer año de matrimonio. Yo lo habría tomado como un pre-speech (de a gratis) al de la juez, de no ser porque fue el preámbulo para salirnos con que se acostumbra darle una compensación monetaria a ésta (aparte de lo que pagamos por el trámite, claro). Después de preguntar ‘¿de a cómo?’ y confirmar la hora del chow, nos apuramos en salir. No podíamos más con la risa y la extrañeza del momento. Un momento que me generó mucha emoción cuando Arnulfo me dio uno de los mejores abrazos que me ha dado, no por largo o apretado, sino por espontáneo y muy sentido.
3:00pm Caí profundamente dormida. Nada de resolver pendientes, comer, acudir a citas en el salón de belleza o con la masajista. Sólo la almohada, las cobijas y yo.
6:30pm El hambre fue la única capaz de levantarme, y mientras la casa se apestaba a salmón frito, finalmente llegó la hora de sentarnos a confirmar asistencias, reservaciones, algunas entregas y detalles. Salvo la incertidumbre de si estarían listos los anillos o no para definir si los usaremos a partir de mañana o no, nada era digno de desquicio.
9:45pm A excepción de mi mamá y Arnulfo, toda la gente con la que hoy he cruzado palabra me ha preguntado si estoy nerviosa. Lo cierto es que, faltando menos de doce horas para que mi nombre, firma y huella queden unidas a las de Arnulfo en un acta de matrimonio y con la conciencia de que mi estado civil cambiará de por vida, no lo estoy. De verdad. Lo que sí siento es una emoción creciente, y unas ‘mariposas’ únicas, porque son de certeza, de felicidad, de estar en el momento adecuado con la persona adecuada, de estar plenamente consciente de por qué firmaré mañana.
10:30pm Mientras yo estoy pegada a la compu, escribe y escribe este post, Arnulfo ha brincado de un canal a otro en la tele, tan tranquilo y a gusto como siempre. Al verlo de reojo, pienso que despertaremos juntos el domingo, como lo hemos hecho en los últimos años, quizá algo crudos y con un anillo en nuestras manos (depende de si nos los entregan mañana), y nuestras vidas seguirán su curso cotidiano; la diferencia será que le habremos dado una especie de upgrade a nuestra relación, un upgrade que no tengo palabras para describir. Sólo una enorme sonrisa y ojitos llorosos de alegría. M
Sunday, November 11, 2007
El chasco del anillo
Escoger anillo de matrimonio tampoco es fácil. Entre todas las situaciones que hay que tomar en cuenta, las más importantes son: en dónde los vas a comprar, qué modelo y la medida.
Bueno, pues después de encontrar la tienda, escoger los anillos entre los dos y medírnoslos, la señorita de la tienda muy amablemente se ofreció a llamarnos cuando estuvieran ajustados y grabados (han de saber que cada anillo lleva la inicial de la pareja y la fecha de la boda. No al revés, como Moni creía).Cuando recibí la llamada de la señorita, una semana después, no perdimos tiempo para ir a recogerlos. Muy emocionada, Moni se probó su anillo, que casi-casi se quería llevar puesto; luego me probé el mío y, para desilusión de los dos, me quedó grande. Sobra decir que por un instante me odiaron tanto Moni como la señorita de la tienda: una, porque no pudimos llevarnos los anillos; y la otra, porque iba a tener que mandar a ajustar de nueva cuenta la pieza. Al final salimos de ahí con los dedos vacíos y con la promesa de la señorita de llamarnos cuando estuvieran listos los anillos. Seguimos esperando. A
Thursday, November 8, 2007
Sepan que...
Estaba yo trabajando una mañana de jueves cuando me llamó Arnulfo para preguntarme qué fin de semana antes de que acabara el año prefería casarme por el civil. Por supuesto, casi escupo el agua que estaba tomando. Una cosa es estar hecho a la idea de ‘me caso el año entrante’ y otra muy diferente asimilar el repentino ‘me caso pasado mañana’.
Y es que nuestro plan original era firmar, sólo en compañía de nuestros papás y testigos (que ahora resulta son innecesarios), el acta de matrimonio civil por ahí de febrero. Queríamos organizar un brindis muy simbólico en la casa y después salir a comer. Primero, porque nos pareció que el speech del Sr. Juez no era tan atractivo como para hacerlo el ancla del festejo en marzo. Luego, porque eso de ir y venir de Tepoztlán entre semana para hacer los trámites no resultaba práctico para ninguno.
Hasta ahí, nada sorprendente, pero en nuestro afán de tener todo listo, y también en nuestra absoluta ignorancia, pagamos la cuota correspondiente al matrimonio civil a domicilio hace ya varios meses. Pero hasta hace unos días, cuando por fin logramos llegar en horas hábiles al registro civil, nos enteramos que la vigencia del trámite terminaba el 31 de diciembre. Porque, a partir de 2008, las tarifas son otras y se hace una especie de borrón y cuenta nueva (¿no era obvio?). Nada de devolverte el dinero (un trámite-mito según parece) o abonar la diferencia. No. Nada de eso.
Así que, después de que Arnulfo tuvo que hablar a todos los juzgados de la delegación en la que vivimos y dio con el único juez que casa en fin de semana, debo decirles que, ante la ley, este muchacho y yo seremos marido y mujer en cuestión de días. Valga decir que para semejante ocasión no hay nada listo, salvo mi vestido. Como si mujer shopaholica valiera por dos. Ja. M
Pd. Comparto con ustedes una rebanada virtual del pastel que definitivamente no está invitado al festejo en marzo.
Wednesday, October 24, 2007
Ya sólo falta lo más difícil
Una de las ideas de escribir este blog era no tener que estarle contando lo mismo una y otra vez a los invitados de la boda sobre los por menores de la organización. El asunto es que muchas veces me han preguntado “¿Y cómo van? ¿Ya tienen todo?”, a lo que yo me he dedicado a responder atinadamente: “Ya está todo, sólo falta lo más difícil”, seguido de “en el blog te puedes enterar”. Obviamente yo contesto completamente sin malicia y con toda inocencia, pero lo primero que piensan es que lo más difícil para mí es firmar y que qué poco tacto tengo. Los que me conocen bien saben que una de estas dos cosas es cierta… lo del tacto, pues hasta dicen que tengo tacto de muñón. Pero en lo otro sí están bien equivocados, no me costará nada de trabajo ni dudaré tantito a la hora de firmar mi enlace con Moni. A lo que me refiero cuando digo que falta lo más difícil es que todavía falta pagar la boda. Afortunadamente empezamos a planear la fiesta con mucho tiempo de anticipación, y así hemos podido dar anticipos y ahorrar para que la pachanga sea en grande y justo como la queremos. A
Monday, October 22, 2007
Alianzas, anillos...
Pero jamás enlaces, como tuve a bien preguntar en una joyería hace unos días. Imaginarán la cara de what que me puso la vendedora, pero acostumbrada como ha de estar a que los clientes tengan todo menos la razón, supo descifrar a lo que me refería.
Y es que, ansiosa como soy, mi siguiente punto en la lista de pendientes para la boda era dar con los anillos de boda adecuados, por lo que en más de una ocasión ahora sí arrastré a Arnulfo para buscarlos. Llevábamos semanas con un modelo en mente, lo habíamos visto ya en el aparador de una tienda y nos los habíamos probado de volada una mañana de domingo. Aunque a los dos nos gustó, una parte de mí no estaba del todo convencida de que fuera el ‘correcto’, pero no dije nada. Mientras Arnulfo daba por resuelta la compra, yo me dediqué a curiosear por cuantas joyerías, catálogos y aparadores se me pusieron enfrente, hasta que terminé por embotarme. Quiso entonces mi ritmo de trabajo que no tuviera tiempo más que para ir a la oficina, medio descansar y, de paso, dejar por un rato el tema en santa paz.
Con la mente despejada (al menos la mía), hace un par de días retomamos el hilo de la búsqueda y nos lanzamos a una tienda nunca antes visitada. La señorita nos mostró una charola repleta de modelos, pero lo mío fue casi, casi ‘amor a primera vista’, porque lo puse en mi dedito, puse el respectivo en el de Arnulfo y dije ¡Yes! Que luego demostrara mi desconocimiento absoluto de las reglas no escritas de una boda, neceando con la señorita que era el mío el que debía llevar grabada la 'M' (como si fuéramos a confundir los anillos por su tamaño), es otra cosa.
Hablo en singular porque, aunque al futuro mareado también le gustó el dichoso modelito, con su franqueza adorablemente demoledora me dijo que como era yo quien sin duda sí lo usaría, tenía un poquito más peso en la decisión. Porque, si a mí me ha costado trabajo hacerme a la idea de usar diario un anillo (por más significado que tenga), a Mr. Las-joyas-me-dan-repelú, ni hablar. Así que hagan sus quinielas: ¿logrará Arnulfo usar el anillo de casado más de dos semanas? Yo digo que, antes de perderlo, me dirá cuánto me ama, pero que prefiere guardarlo en su cajita. M
Sunday, September 30, 2007
¿Colapso nervioso o 'control freak'?
'¿Cómo va la boda?’, es lo que todos preguntan últimamente; sea en persona, por teléfono o por msn. De alguna forma, este cuestionamiento ha sustituido al '¿y cómo estás(n) ?' de antaño. Fuera del 'para eso está el blog' que suele responder Arnulfo, yo digo, con cierto tono irónico, que prácticamente sólo nos falta pagarla. Y aunque es cierto, se ha vuelto inevitable que, ante esa pregunta, mi mente haga un veloz check list en automático. Porque, conforme se consumen los meses, cada vez estoy menos cierta de que las cosas estén tan resueltas como lo indica nuestra santísima lista de pendientes.
Si a eso sumamos que la boda de dos de mis compañeras de oficina está a la vuelta de la esquina, es innegable que tengo la mesa puesta para que mi paranoia-ya-mero-es-la-mía-y-me-falta-todo vaya en aumento. Como desde hace semanas las escucho hablar de pendientes y pendientes, y yo, desde hace semanas, no muevo un dedo en relación al tema, me ha resultado inevitable pensar una y otra vez que algo se nos está escapando. Pero ni consultando nuestro ‘programa de trabajo’ (sí, tenemos uno) encuentro qué. Por estos días, no sé si de mi subconsciente está aflorando el prejuicio de que esto debería ser una especie de calvario; si estoy saboteando a la workaholic que habita en mí, buscándole pendientes personales impostergables en horas de oficina; o, de plano, estoy siendo víctima no confesa de los dichosos nervios preboda (¡noooo!).
Como sea, fuera de las invitaciones, los anillos de casados (ya hablaré del tema), abrir las mesas de regalo, concretar la ceremonia espiritual y, sí, pagar el chow, no falta nada. Supongo que, como me ha dicho una amiga, tendrá que ver con que no nos casaremos por la iglesia y eso reduce la tramitología. O será que soy una verdadera control freak que en lugar de hacer revistas debería convertirse en wedding planner. Ja. Digo, ya que ordenar una revista parece tormento chino.
M
Sunday, September 23, 2007
¡Tenemos cancion!
Dos cosas me tenían preocupado con respecto a la boda. Y no, no se trataba de algún tipo de inseguridad o de algún posible desacuerdo con Moni que evitara que se llevara a cabo la ceremonia. En realidad me preocupaba encontrar la canción ideal que sería nuestro primer baile de casados, y encontrar un chamán que oficie la ceremonia de unión.
Con gusto les puedo decir que lo de la canción ya está resuelto. Después de buscar en innumerables discos, de escuchar radio con el único propósito de encontrar la dichosa canción y de largas sesiones de selección; después de cientos de canciones, por fin ese pendiente está tachado de mi lista. No voy a anticipar detalles de ésta para que sea algo así como sorpresa, pero sí les puedo decir que es una excelente elección. A
Monday, September 10, 2007
Oh, decepcion
Lo confieso: si algo me emocionaba desde que nos pusimos el disfraz de novios casaderos era darle rienda suelta a mi consumismo más puro, lector de código de barras en mano, seleccionando los artículos para la mesa de regalos (sí, habrá una; no hay forma de renegar de semejante tradición). Era tal mi entusiasmo que hace dos fines de semana, cuando según yo faltaban los rigurosos seis meses para El Día D que piden, ahí estábamos Arnulfo y yo, recién abierto el almacén, para hacer sonar ad nauseum el seductor pit, pit. Pero no contábamos con la amargura del sistema de registro, para el que cuentan los meses, no las fechas; y que se rige bajo la lógica de existencias en almacén (que sólo pueden garantizarte seleccionando tus regalos máximo dos meses antes del bodorrio). Argüidas semejantes explicaciones, era claro que resignarse y esperar era lo único por hacer. Lástima que el ánimo consumista no entienda ni jota de lógica y te haga sentir como niña a la que Santa Claus le trajo todo menos lo requerido. ¡Bu! M
Thursday, August 23, 2007
Y despues...¿que?
Tengo la sospecha de que muchos de los nervios y la ansiedad (y emoción, claro) que acongojan a las novias antes de ‘el gran día’ es, además de que la cosa salga según lo planeado, cómo será la vida de casados. Porque si algo es cierto es que amar a alguien sin vivir bajo el mismo techo es una cosa muy diferente a hacerlo cuando lo compartes. Eventualmente, terminas por conocer una parte de la otra persona, e incluso de ti, indómita. Pero, tomando en cuenta que en marzo Arnulfo y yo cumpliremos seis años de vivir juntos (sí,¡seis!) la vida después del ‘sí, acepto’ no debería causarme ningún tipo de angustia o sobresalto. Menos después de habernos derrumbado y recimentarnos.
Hasta ahora, a seis meses de llevar un anillo en mi dedo anular izquierdo, así había sido. Aunque desde hace unos días, cuando caí en cuenta de que para nosotros, después de la boda y la luna de miel, no habría ese tipo de novedad, sí he reflexionado qué nos espera y cómo quiero vivir nuestra relación. Definitivamente, no como un par de esclavos del trabajo, con sus jornadas y pendientes interminables, para convertirnos en un completo par de extraños dentro de equis años; tampoco como un muégano impenetrable cuyo mundo se reduce a nosotros dos, y acaso Taco; ni hablar del hombre y la mujer que tienen en común la misma cama y estilos de vida solitarios y por separado; y, mucho menos, como una pareja a la que los hijos terminan por congelar en el tiempo. Supongo que por eso ahora, más que nunca, me he cuestionado las razones que durante tanto tiempo me han inclinado a querer eternizar nuestro estatus de pareja dinky (double incoming & no kids). ¿Es realmente una convicción de vida o más bien el temor a ser ‘como dentro de unos años’ (como le dice Mafalda a sus padres en una de sus tiras)? Hasta donde he rascado, parece que es más lo segundo que lo primero. Y, siendo así, el mío no será el caso de la ‘novia’ nerviosa-ansiosa-emocionada por iniciar su vida de casada y lo que eso implica en muchos niveles, pero sí el de una mujer, más que nerviosa, emocionada (y sí, un poco ansiosa) por las grandes sorpresas que, más allá de la vida, uno mismo puede darse. Que no son pocas, valga decir. M
Monday, August 13, 2007
Algun bache teniamos que pasar
Cuando esto de casarse parecía ser cosa fácil, después de pensar y organizar cada detalle de la boda y de que Moni y yo hemos estado de acuerdo en prácticamente todo... cuando parecíamos estar del otro lado, nos topamos con el tema de qué canción vamos a bailar. Éste sí ha sido un problema, sobre todo porque nos consideramos melómanos de tiempo completo. Uno pensaría que al tener cierta cantidad de música, sería fácil encontrar la adecuada; pero la verdad es todo lo contrario. La canción que vamos a bailar es la misma canción que dentro de 30 años vamos a decir "Esa es nuestra canción". Por lo tanto no puede ser cualquiera. Por ejemplo: Moni ha propuesto canciones de los Beatles, pero la canción con la que me quiero acordar de ese momento no es una rola ñoña de unos chavitos que sabían componer pero nunca aprendieron a tocar. Otras de las propuestas de Moni han sido de Frank Sinatra pero tampoco me gustaría compartir canción con la mitad del mundo pues todos bailan a Sinatra. Además tiene que ser algo que no requiera de mucha habilidad pues tengo la gracia de un gato borracho y sin bigotes. Afortunadamente todavía tenemos 6 meses para encontrar una canción que lo tenga todo, o 6 meses para que Led Zeppelin se reúna, escriba, grabe y edite una canción. Al paso al que vamos, vamos a terminar bailando algo de los Misfits o de Janis Joplin. Por eso es que si alguien tiene una sugerencia, será bien recibida y analizada. A
Thursday, August 9, 2007
De ambos dos
Últimamente me he topado mucho con el comentario ése de que la boda es más una fiesta de la novia que del novio, que, al final, es una quien realmente disfruta el numerito. Un comentario que me ha llevado a reflexionar cómo estamos viviendo nosotros el proceso, a pensar cómo viviremos ese día. No voy a decir que somos y seremos la excepción a la regla, pero tampoco puedo decir que soy yo quien tiene la sartén por el mango en este asunto, tampoco que la fiesta esté tomando más forma de mi lado. Y eso es algo de lo que me di cuenta gracias a la perspectiva de un viaje de trabajo.
Cierto que a mí se me da más aquello de la dramatización que a Arnulfo, pero a él lo percibo tan involucrado y emocionado con esto del bodorrio como lo estoy yo. A su modo, me parece que también se sorprende disfrutando del periodo prefiesta. Y puedo decirlo porque de lo que hasta ahora tenemos listo, nada lo he hecho yo sola. Hemos vivido mañanas y tardes de fin de semana memorables seleccionando música ad hoc a nosotros, haciendo cuentas, calculando las botellas necesarias para una borrachera digna, buscando los amenities, sumando o restando invitados… Aunque creo que lo más memorable es que, como pareja, esto de hacerle a los wedding planners nos ha servido para entendernos mejor. A la hora de la hora, puede que sea yo quien suelte sus lagrimitas de cocodrilo (y por ende le saque las correspondientes a amigas y parientes), pero las posibilidades de que ambos disfrutemos la fiesta por igual son altas. O al menos eso pienso teniendo en cuenta que cada uno invitará a igual número de invitados, que los gastos y las tareas han sido parejas y que ambos hemos aportado tiempo, esfuerzo y ánimo, pero, sobre todo, porque la idea de una fiesta surgió, más que como trámite social, con la verdadera intención de celebrar que estamos juntos. M
Tuesday, July 17, 2007
¡Sorpresa!
Si haber decidido casarme y franquear la barrera de los 100 invitados fue una sorpresa para mí misma, contarle a mis padres que después de casi seis años con Arnulfo finalmente firmaríamos un papelito y celebraríamos con banquete, resultó de lo más extraño. Y contradictorio, claro. Llevaba toda una vida renegando de las bodas, argumentando que no le veía el caso a semejante gasto, que a mí no me hacía falta el festejo… y una infinidad de argumentos que no tengo que repetirles. Más de una vez me habrán escuchado repericotear al respecto (de ahí que al menos a la mitad de los convocados le cause tanta gracia mi transformación en toda una casamentera). Total, ahí estaba yo, pensando cómo decirle a mis padres que, cuando por fin los había convencido de que eso del papeleo y la ceremonia no era necesario y no iba conmigo (aunque sigo creyendo que el compromiso no requiere formalidades, sino que se adquiere y punto), resultaba que siempre sí me emocionaba casarme de blanco y ¡aventar el ramo! ¿Con qué cara iba a hacerlo?
Arnulfo y yo habíamos tomado la decisión de casarnos un sábado. Era miércoles por la tarde y mis padres aún no sabían absolutamente nada. Lo juro. Para entonces, tenía claro que no podían pasar más días. Llamé a mi mamá y le dije ‘¿qué crees?, nos vamos a casar’. Se lo dije así, sin mayor preámbulo, y no tengo muy claro qué tan emocionada lo hice. Por supuesto, la dejé en shock. La pobre no pudo más que preguntarme cuándo lo haríamos y, luego, opinar que marzo le parecía una fecha lejanísima. Su tono fue seco. No supe qué contestarle y di por terminada nuestra conversación. Colgué estupefacta. Mi mamá no había brincado de felicidad con la noticia, y yo ni siquiera le había pedido que me pasara a mi papá para contarle. ¿Cómo era eso posible?
Pasaron unos días antes de que entendiera que no podía haber sido de otra forma. Les había cambiado la jugada. Durante años les había hecho respetar mi modus vivendi y ahora salía con que no era tan alternativa como decía. Si a mí me había costado algo de trabajo hacerme a la idea de que, en efecto, quería compartir con nuestros más cercanos mi amor por Arnulfo, a mis padres tampoco les habrá sido fácil asimilar el abrupto cambio de opinión. Aunque, como dicen, todo tiene un por qué. La boda ha dado pie a una relación mucho más cercana con mis padres, a que se conviertan en los segundos en enterarse de todos los detalles. Quizá es lo más común y corriente, pero, para mí, se trata de hacer a un lado mi rollo ultraindependentista y seguir descubriendo las puertas que se abrieron al decir Sí, acepto. Y lo que falta. M
Sunday, July 1, 2007
Rumbo al altar
Será que tenemos gustos e ideas muy similares, que nos conocemos hasta los malos humores y las caries, que los años de convivencia diaria nos han curtido... O será el sereno. El caso es que decidir el lugar, el tipo de ceremonia que queríamos, el banquete y todos esos detalles que se requieren para organizar una boda ha resultado un proceso sumamente fluido. Algo sorprendente si se toman en cuenta las incontables (y desalentadoras) anécdotas que hablan de peleas entre los casaderos (sin importar quién esté frente a ellos) por cosas como escoger el color de las flores o las servilletas, si se sirve una crema de aguacate en vez de una de champiñones, si el menú es por tiempos o es bufet, si los cuentonones que se van acumulando se dividen entre dos o se endeuda al padre de la novia, etcétera, etcétera. Por fortuna para nosotros, cada día más conversos del amor que renegados, eso ha quedado bajo el apartado 'mitos'. Al menos hasta ahora. Aunque, la verdad sea dicha, no es algo que esperara 100%. Una parte de mí temía que el elegir y planear una fiesta para 150 personas desatara momentos de tensión que me restaran entusiasmo. Pero cuando, sin discutirlo previamente, Tepoztlán salió de nuestras respectivas gargantas al hablar de la sede, me di cuenta que no había nada que temer. No íbamos a pasar de que a mí se me quemaran los frijoles por tener todo listo casi ocho meses antes. M
Sí, es cierto que hemos escuchado muchas historias de parejas discutiendo por detalles mínimos y casi les cuesta la boda; afortunadamente nosotros no estamos en el caso, aunque tengo que aceptar que hubo un momento en el que pensé que no iba a ser así. Tampoco quiero que suene extremista, lo que pasa es que cuando hablábamos de la boda, incluso antes de estar seguros de que nos fuéramos a casar, no podíamos ponernos de acuerdo con la cantidad de invitados que queríamos tener. Moni quería 50. El problema con eso es que con 25 boletos no alcanzo a invitar ni a mi familia. Afortunadamente esa discusión quedó atrás (ahora tendremos 150) y no hemos tenido ni un desacuerdo sobre la organización de la boda desde entonces. Para como vamos, a 8 meses de la boda y con la fiesta casi resuelta, la verdad no creo que tengamos ningún problema hasta el final. A
Se llama Solitario
Antes de que decidiéramos casarnos, yo no tenía ni idea del slang que se maneja entre los matrimoniados sobre esa pequeña pieza de metal que representa el compromiso que tiene una persona con otra y que se coloca en el dedo anular de la mano izquierda de la novia, ese “anillo de compromiso” que se llama Solitario.
Como la decisión de casarnos fue espontánea, yo no estaba preparado con la cajita del “Solitario” en la bolsa, al contrario, la verdad es que no me cayó el 20 de darle uno sino hasta que empezamos a ver los detalles de la boda y fuimos a Tepoztlán a conocer los jardines. En cada lugar por el que pasábamos, lo primero que hacían las personas que nos atendían era buscar el anillo en el dedo de Moni.
Eso, sumado a que Moni de repente me platicaba asuntos relacionados al tema, me hicieron recorrer gran cantidad de joyerías con mi novatez, buscando algo en específico que no sabía qué era. Lo que quiero decir es: yo sabía que no quería sólo el aro con la piedra, sino algo que fuera a la par con la personalidad de Moni. Por eso necesitaba algo con mucho más chiste, un poquito complicado, pero sobre todo interesante.
Cada que entraba a una joyería, las dependientas me trataban de instruir en el tema “… oro amarillo si su piel es oscura o su cabello güero, pero el oro blanco luce mejor si ella es blanca y de cabello oscuro.” Otras como que me querían ver la cara de novato “¿Churumbelas o Solitario?”
Al fin, encontré el anillo perfecto y lo compré. Unos días después, Moni me pregunta como con pena y despreocupación –Oye, este, no es que quiera uno ni me muera de ganas, pero…¿me vas a dar anillo?–. Y después de esa pregunta, otras como que si ya lo había comprado, que dónde estaba, en fin, un interrogatorio al mas puro estilo de la Gestapo.
Con orgullo puedo decir que no cedí a ninguna pregunta y, al final, lo único que le dije fue que si le hubiera comprado un anillo de compromiso, ahora se tendría que esperar meses para que se lo diera porque ya lo estaba esperando y tenía que ser sorpresa. A
Sunday, June 24, 2007
Bling, bling
Tres temas nunca fueron habituales en mi casa: futbol, cine mexicano de la época de oro y anillo de compromiso (ni porque soy hija única y, en teoría, mi boda debía ser EL acontecimiento). De hecho, me atrevería a asegurar que mi madre no tuvo uno, pues no recuerdo ninguna anécdota al respecto. Si a eso sumamos que hace años opté por usar las menos joyas posibles, es lógico que el hecho de llevar un anillo de compromiso no rondara mi cabeza sino hasta hace muy poco, cuando Arnulfo me dijo que, aunque espontáneamente habíamos decidido casarnos, él quería darme uno, por ser una bonita tradición. No hice mayor aspaviento: no sabía qué decir. Sabía que el dármelo no implicaba una pedida de mano; no era algo que quisiéramos. Pero no ocurría lo mismo en este caso.
Desde entonces, el asunto fue ‘madurando’, digamos, en mi inconsciente, y me explotó cual granada de mano una mañana camino al trabajo, cuando Arnulfo me contó que le había tocado un buen reparto de utilidades. Emocionada, una parte de mí se escuchó diciendo: ‘¡Entonces ya puedes comprar mi anillo!’. Me reí, un poco nerviosa. No podía creer lo que había dicho. Arnulfo me sonrió, sin decir nada. Supuse que ya había considerado el tema y no se habló más al respecto, hasta que semanas depués, una curiosidad tremebunda (cual niña en vísperas de Navidad) me llevó a preguntarle, sin más ni más, si ya lo había comprado, si ya iba a dármelo, si… tantas cosas. Me respondió con un no tras otro, inmutable, con una de esas sonrisas ‘arnulfescas’ que no dan el más mínimo indicio de nada.
Me resigné a esperar, pero no paré de sentir una especie de corto circuito extendido: me emocionaba que Arnulfo estuviera buscando un anillo para mí. Me aterraba que no supiera cuál me gustaría. Me emocionaba que estuviera pronto a dármelo, que ya lo hubiera comprado. Me aterraba que no fuera a quedarme. Me emocionaba que estuviera planeando cómo dármelo. Por esas fechas fuimos a Tepoztlán para definir asuntos de la fiesta; me parecía una oportunidad perfecta, pero el día pasó como si nada. ‘Yo y mi gran bocota’, pensé.
Un lunes, cuando ya mi expectación estaba bajo control, me salió con que tenía antojo de fondue. Un antojo sospechoso para un lunes después de trabajo, si no fuera porque solemos organizar cenas por el estilo para ver Lost y Grey´s Anatomy. Llegué a casa y él ya estaba. Antes de abrir la puerta me punzó el estómago: ‘¿y si me lo da hoy? pensé. ‘No, no creo’. Ver todo listo para cenar, botella de vino incluida, no me permitió descartar por completo mi presentimiento, pero luego de cenar, brindar, ver tele y recoger el tinglado, era obvio que todo el asunto se había debido a un simple antojo, y nada más. Me preparaba para dormir, limpiándome la cara, de espaldas a Arnulfo, cuando lo escuché decirme: ‘Quería que cenáramos y brindáramos para darte esto’. Juro que antes de voltear pensé que iba a salirme con cualquier cosa menos con un anillo (¡lo logró!). Volteé y en una cajita estaba el más lindo y femenino que he tenido en toda mi vida. Quedé en shock. Sólo pude sonreír, extender mi dedo, observar cómo lo ponía y abrazarlo. Abrazarlo fuerte y, al mismo tiempo, mirar fijamente mi mano con el anillo puesto para terminar de creerlo (que no les extrañe cacharme haciendo lo mismo).
Ha pasado una semana desde que mi dedo anular izquierdo tiene inquilino. Y lo admito: sigo en shock, aunque no tanto como hace unos días, cuando no fui capaz de llegar a gritarlo en la oficina ni presumirlo abiertamente en la comida, cuando mis amigas y compañeras parecían más emocionadas que yo, cuando no pude cacarear cual gallina cómo me lo dio. Lo que sí he podido hacer es sentirme como una niña aprendiendo a caminar, llena de alegría y entusiasmo. No por el diamante ni por el oro con que el anillo está hecho, sino por haberme aventurado a descubrir y apreciar los significados de las tradiciones. Por estarme permitiendo disfrutar una etapa que no estaba en mis planes. M
Tuesday, June 19, 2007
La redencion
Sí, ya lo sé. Muchos piensan que hice trampa con la liga en la boda de mi primo Manolo, pero como expliqué, yo no tuve nada que ver con esa conspiración. Al contrario, yo me considero la víctima que sin saberlo ni temerlo, de repente salió de la multitud con el preciado augurio en la mano.
Y es que, para las mujeres que nunca han estado en una ceremonia de la liga, les puedo decir que no es divertido estar parado entre desconocidos que sólo se empujan tratando de demostrar que pueden ser machos alfa. En ese momento, en realidad el significado de la liga pasa a un segundo plano pues lo importante no es ganar el amuleto para ser el próximo en casarse, sino ganárselo a todos los demás.
El asunto es que la liga de mi primo no la gané con todas las de la ley y esa mezcla de orgullo y terquedad por demostrarle a Moni que sí me quiero casar, no me dejaba en paz.
Entonces vino la oportunidad de redimirme. Un par de meses después se casó mi prima Laura con Horacio y como es tradición, también hubo una ceremonia de la liga. En esta ocasión, y aunque generalmente no me gusta estar entre los jalones y empujones, me paré en el centro de la pista, con la convicción de arrebatarle a quien sea ese pequeño pedazo de tela y poder decir por fin que la liga era mía.
Después de las fintas obligatorias, Horacio aventó la liga de espaldas y para no hacer más larga la historia, me gané el derecho a ser el próximo de esa fiesta en casarse.
Lo curioso es que en la aventada del ramo, donde todas las mujeres se pelean por el mismo derecho, Moni también se lo ganó. A
Sunday, June 10, 2007
La 3a es la vencida
¡Lo encontré!, le dije todavía incrédula a Arnulfo, vía celular, desde el probador de la tienda en la que di con el que será mi vestido de novia. Lejos de los kilos y kilos de shantug, tul, satén y seda de las boutiques tradicionales, y sin la compañía de tías, abuelas y hasta el perico que me hubieran aturdido, lo encontré en solitario, en una tienda que no es de novias. Y es que, para una grynch como yo, dar con el vestido ideal prometía ser un calvario. Odio los modelos hampones, pesados, con incrustaciones hasta la conciencia y mil 800 botoncitos imposibles de abrochar. Pienso en ellos y me imagino convertida en una tiesa muñequita de pastel. Pero también me choca que los modelos confeccionados en manta siempre me quedan cual tienda de campaña. Aunque, cuando empecé a hojear revistas, me sentí entusiasta. Si existían propuestas como las de Vera Wang (en mi opinión, alta costura hippie chic), tenía esperanza.
Me llevé una gran sorpresa cuando, por casualidad, entré a una tienda y me topé con un vestido que entraba en los parámetros que había trazado en mi cabeza. Quizá era un muchito más elaborado de lo necesario, pero la emoción de una búsqueda dulce y corta, sumada al entusiasmo de quien me atendía, me animó a probármelo. Sin embargo, la cosa era demasiado buena para ser verdad: más allá del precio estratosférico, ¡no me cerraba! Cierto que últimamente he sido benévola con mi ‘orillita de pizza’, pero, siendo objetiva, no es nada que amerite alimentarme a base de lechuga de aquí a la boda. Aunque eso no fue lo que pensó la H. dependienta, pues se atrevió a sugerirme que me sometiera a sesiones de mesoterapia con tal de que me quedara, porque no había otra talla (no exagero). No le dije nada. Estaba demasiado concentrada, lidiando con la emoción-desilusión de tener puesto un vestido que me gustaba pero no me quedaba. Por supuesto, lo dejé, pero me llevé algo de esperanza y, con ésta en mente, visité un par de boutiques de novia una semana después. Craso error. Entre señoritas muy poco solícitas para ayudarme a encontrar lo que buscaba y vestidos ‘sencillos’ de más de tres ceros y capas y capas de tela, deserté la búsqueda con sendo dolor de cabeza y malhumorada (¿habrá sido porque siempre olvidaba aclarar que yo era la novia? ¿o porque en lugar de la actitud ‘Barbie Novia’ sólo me sale la Pinky Brewster que soy?).
Total, pasado el mal trago, un par de domingos después me animé a realizar el tercer scouting. Aunque ahora, el objetivo no era aterrorizar con mis peticiones ‘descabelladas’ a las boutiques de novia, sino recorrer una que otra tienda común y corriente (bueno, ni tan comunes y corrientes, porque fui a Antara). Originalmente le había pedido a mi madre que me acompañara, pero ambas amanecimos con flojera y abortamos el plan, vía telefónica. Luego, la dichosa flojera se desvaneció y decidí lanzarme sola. Si no encontraba nada, de menos me orearía un poco. Eran casi las 12 del día y la plaza estaba en la calma previa a la muchedumbre… Una tienda, dos tiendas, tres tiendas y, colgado de un gancho, entre puras prendas blancas, estaba un vestido largo y muy sencillo. Lo tomé y lo vi con recelo. Podría ser lo que estaba buscando, pero no quería emocionarme tan rápido. Lo colgué, di una vuelta por la tienda, volví a tomarlo y decidí probármelo. Me invadió el pesimismo: no me va a quedar, me dije. Pero ahí estaba yo, dejándolo caer de mi cabeza a los pies en el probador. Cuando finalmente llegó al suelo, me vi al espejo y dije: ¡éste es! M
Toda historia tiene un comienzo
¿Qué edad puede tener uno antes de salir de la universidad? Creo que yo tenía 22 años cuando me nació la necesidad de buscarme mi propio espacio y dejar la seguridad del hogar familiar para echarme un clavado a la 'realidad' y vivir por mi cuenta. Era obvio que yo solo no podía, así que una tarde, echando el cafecito con Chacho (mi amigo desde la secundaria), Ramón (mi amigo desde la universidad) y Moni (con quien no llevaba ni 1 año de novios), les planteé mi plan de salirme de mi casa al terminar la universidad, esperando que alguno se animara a compartir la renta conmigo, y cuál fue la sorpresa que quien se animó fue Moni.
Después de buscar departamentos, justo el día que Moni y yo cumplimos 1 año de novios, nos mudamos a la Roma, donde vivimos 3 años y, antes de darnos cuenta, ya estábamos comprando un departamento en la Narvarte. Ahora puedo decir que es raro tener que aprender a compartir un espacio que muchos años consideras privado, como tu cuarto (además de otras tantas cosas que tienes que aprender a punta de madrazos). Era curioso cómo la mayoría de la gente que nos conoce nos tenía como el prototipo de pareja perfecta.
Para no hacer la historia larga, después de una serie de eventos tristes, vino la rara historia de amor. Todo empezó en la boda de mi primo Manolo y su ahora esposa, Paola (a los que agradezco que se casaran), ya que, de repente, después de una ceremonia muy emotiva y a la mitad de una fiesta muy divertida, Moni se me queda viendo a los ojos y me dice: "Sí me caso contigo". Lo curioso fue que en el rito donde el novio le quita la liga a la novia y la lanza para ver quién sigue en la lista del bodorrio, Octavio (mi cuñado), con Miguel y el Pimpón (dos amigos) hizo un complot para cacharla, y antes de que me diera cuenta, yo estaba sobre sus hombros, con la liga en la mano. Cuando digo que es curioso, es porque nadie sabía que Moni y yo nos acabábamos de comprometer.
De la boda me emocionan muchas cosas, como platicar con Moni sobre el tema de la fiesta o sobre su vestido, pero, sobre todo, me emociona pensar que por fin encontré a la mujer con la que estoy dispuesto a compartir más de una vida. A
Saturday, June 9, 2007
Si, acepto
Siempre soñé con salir de mi casa a una edad temprana, pero no precisamente vestida de blanco. La gran fiesta, el vestido de cola enorme, los cientos de invitados, el pastel kilométrico... nunca formaron parte de mis fantasías. Mi sueño era tener un departamento propio y las libertades que ello conllevaba. Y lo cumplí. Dejé mi 'nido' a los 22 años, para compartir casa con alguien que podía o no, convertirse en la persona con la cual construir un proyecto de vida: Arnulfo. Rompí los esquemas de mi familia (particularmente los de mi madre), no sólo porque había decidido no casarme, ni siquiera por el civil, sino porque durante al menos un año cada uno tuvo su propio cuarto. Pero el tiempo fue acomodando la relación y, cuando menos nos dimos cuenta, ya estábamos comprando un departamento. En la práctica, era como casarnos, pero sin el trámite social al que entonces me remitía una boda. Así lo quiero, me dije. Nunca faltó quien me preguntara si, algún día, pensaba al menos firmar el dichoso papelito. Algún día, era mi respuesta (regularmente acompañada de una sonrisita estilo qué bien joden).
Luego, vino la ruptura. Una ruptura que nadie se esperaba. Mucho menos yo. Había dejado que muchas cosas se interpusieran entre nosotros. Había permitido que cayéramos en una desastrosa rutina. Pero unos meses separados bastaron para darme cuenta que no todo estaba terminado, que Arnulfo era la persona con la que amaba compartir mi vida, la persona que sacaba lo más neto de mí, la persona que me hacía feliz. Bastó una boda emotiva (gracias Pao y Manolo!) para que fuera a mí a quien se le rompieron los esquemas: dije sí, quiero casarme con este hombre (a mi manera, claro está). Quiero festejarlo en grande, quiero ser (algo) cursi y compartir con mi familia y amigos lo feliz que soy. Fue entonces cuando asumí que, organizar una boda, era una forma de acercarnos todavía más, de recuperar lo que parecía perdido, de permitirme explorar nuevas facetas, pero, sobre todo, celebrar el haber encontrado a la persona con la que quiero estar en un hoy duradero. M
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