Sunday, June 10, 2007

La 3a es la vencida



¡Lo encontré!, le dije todavía incrédula a Arnulfo, vía celular, desde el probador de la tienda en la que di con el que será mi vestido de novia. Lejos de los kilos y kilos de shantug, tul, satén y seda de las boutiques tradicionales, y sin la compañía de tías, abuelas y hasta el perico que me hubieran aturdido, lo encontré en solitario, en una tienda que no es de novias. Y es que, para una grynch como yo, dar con el vestido ideal prometía ser un calvario. Odio los modelos hampones, pesados, con incrustaciones hasta la conciencia y mil 800 botoncitos imposibles de abrochar. Pienso en ellos y me imagino convertida en una tiesa muñequita de pastel. Pero también me choca que los modelos confeccionados en manta siempre me quedan cual tienda de campaña. Aunque, cuando empecé a hojear revistas, me sentí entusiasta. Si existían propuestas como las de Vera Wang (en mi opinión, alta costura hippie chic), tenía esperanza.

Me llevé una gran sorpresa cuando, por casualidad, entré a una tienda y me topé con un vestido que entraba en los parámetros que había trazado en mi cabeza. Quizá era un muchito más elaborado de lo necesario, pero la emoción de una búsqueda dulce y corta, sumada al entusiasmo de quien me atendía, me animó a probármelo. Sin embargo, la cosa era demasiado buena para ser verdad: más allá del precio estratosférico, ¡no me cerraba! Cierto que últimamente he sido benévola con mi ‘orillita de pizza’, pero, siendo objetiva, no es nada que amerite alimentarme a base de lechuga de aquí a la boda. Aunque eso no fue lo que pensó la H. dependienta, pues se atrevió a sugerirme que me sometiera a sesiones de mesoterapia con tal de que me quedara, porque no había otra talla (no exagero). No le dije nada. Estaba demasiado concentrada, lidiando con la emoción-desilusión de tener puesto un vestido que me gustaba pero no me quedaba. Por supuesto, lo dejé, pero me llevé algo de esperanza y, con ésta en mente, visité un par de boutiques de novia una semana después. Craso error. Entre señoritas muy poco solícitas para ayudarme a encontrar lo que buscaba y vestidos ‘sencillos’ de más de tres ceros y capas y capas de tela, deserté la búsqueda con sendo dolor de cabeza y malhumorada (¿habrá sido porque siempre olvidaba aclarar que yo era la novia? ¿o porque en lugar de la actitud ‘Barbie Novia’ sólo me sale la Pinky Brewster que soy?).

Total, pasado el mal trago, un par de domingos después me animé a realizar el tercer scouting. Aunque ahora, el objetivo no era aterrorizar con mis peticiones ‘descabelladas’ a las boutiques de novia, sino recorrer una que otra tienda común y corriente (bueno, ni tan comunes y corrientes, porque fui a Antara). Originalmente le había pedido a mi madre que me acompañara, pero ambas amanecimos con flojera y abortamos el plan, vía telefónica. Luego, la dichosa flojera se desvaneció y decidí lanzarme sola. Si no encontraba nada, de menos me orearía un poco. Eran casi las 12 del día y la plaza estaba en la calma previa a la muchedumbre… Una tienda, dos tiendas, tres tiendas y, colgado de un gancho, entre puras prendas blancas, estaba un vestido largo y muy sencillo. Lo tomé y lo vi con recelo. Podría ser lo que estaba buscando, pero no quería emocionarme tan rápido. Lo colgué, di una vuelta por la tienda, volví a tomarlo y decidí probármelo. Me invadió el pesimismo: no me va a quedar, me dije. Pero ahí estaba yo, dejándolo caer de mi cabeza a los pies en el probador. Cuando finalmente llegó al suelo, me vi al espejo y dije: ¡éste es! M

1 comment:

Anonymous said...

Insisto!!! Por favor un adelanto. Ya sé que no hay que ver a la novia hasta el día de la boda...pero vaya somos amigos...Una fotito de una orillita o un tirantito... anda MON!!!

Beso y abrazo